Para el momento que solicita consulta, Clara de 35 años, soltera con una hija llevaba un proceso psicoanalítico de 2 años. Solicitó consultarme “por curiosidad” quería explorar su lado creativo “tengo la cabeza llena de cosas que a veces me agotan”, afirmó. Obviamente, las personas que asisto no tienen que ser músicos, no es necesario, pero Clara era violinista y eso la condujo hacia mí, quería explorar cómo integrar el violín a su proceso terapéutico. En su terapia analítica, Clara se centraba en pensamientos y recuerdos para entender y resolver sus antinomias de vida. Clara no estaba conectada con su cuerpo y vida de manera orgánica debido a su tendencia a intelectualizar su vida. Su apariencia física reflejaba descuido personal, falta de aprecio a pesar de que era una mujer de bellos rasgos. En nuestro trabajo como terapeutas ocupacionales el aspecto de cuidado personal es fundamental como parte de actividades de vida diaria (AVD). Le comenté que ya que ella llevaba un proceso analítico de larga data el plan en nuestras sesiones era comenzar de manera más orgánica con su apariencia, se sorprendió y mostró cierta molestia. Le pedí que trajera un espejo y se mirara detenidamente, que me dijera que observaba. Riendo me dijo “necesito peinarme.” Clara comenzó a prestarle mayor atención a su apariencia y a aceptar su belleza física sin la culpa proyectada que ella había internalizado de una madre autoritaria e insegura. Los aspectos de interpretación de sus traumas no eran trabajados en nuestras terapias pues ella los trabajaba en psicoanálisis. Conversábamos más bien sobre sus anhelos y potenciales. Organizar su confusión y la excesiva tendencia a analizar e interpretarlo todo fue disminuyendo en la medida que se ocupaba de tareas fundamentales como organizar su dormitorio, limpiar su casa, alimentarse adecuadamente, ejercitarse. El impacto AVD fue evidente. Una vez lograda esta etapa de consciencia corporal y de su impacto en el entorno (tendía a proyectar sus frustraciones sobre su hija de 8 años algo que su madre hacía contra ella aspecto compulsivo que eliminó hacia el final de su proceso) pasamos a incorporar el violín en su terapia. Así, con el uso de técnicas de improvisación musical de la musicoterapia tales como la empatía musical yo creaba un piso armónico donde ella era instruida a improvisar libre y espontáneamente algo con lo cual no podía fluir inicialmente debido a su tendencia a juzgarse y suprimirse. Su posterior apertura le permitió usar el violín de manera expresiva, profunda, y orgánica; hizo del violín parte de la vibración de vida de su cuerpo. Comenzó a salir de su trampa psicológica para explorar y conocer la vida, su vida y sus potenciales. En la medida que Clara se descubre comenzaba a entender que no estaba atada a herencias familiares de conflicto y antinomias que le generaban ansiedad. Otra técnica que utilicé es la meditación o contemplación en acción (práctica originaria Indígena y Budista) musical. En la medida que improvisamos entrábamos en estados contemplativos, sin palabras. Clara decía que cuando improvisamos se sentía unificada, no dividida. Se conectó con su energía vital, su inteligencia intuitiva y comenzó a fluir en su vida sin ataduras morales, religiosas e inclusive políticas. Hoy día Clara expresa actuar de manera más consciente, menos compulsiva intelectualmente. En nuestros encuentros se nota más plácida. “He hecho las paces conmigo misma, este trabajo interior me hace sentir bien…”, afirmaba.